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EL RUBIO




Compone una sombra escasa y rizada. Media pierna clavada en la muleta y la otra desplegada en la acera -en una suerte de pose de volatinero. Unas gafas oscuras -a las que el sol teme- y una gorra al albur del viento. Es la “hormiga soldado” más vieja del barrio. Pero ya no tiene hormiguero. Y sus compañeros de hilera ya están bajo tierra -ya no laboran, ni defienden la bocaza de la ermita de arena, ahora sólo son huesos que conviven con larvas hambrientas…

Se inscribe en la acera de la puerta del mercado y tiende la mano -como tiende la pierna, que es todo él un rimero de apéndices deshechos y esparcidos. Un pañuelo en el suelo y dos céntimos panza arriba tendiendo la trampa…

Pero esta hormiga no pide una limosna para comer -que ya le aseguran el bastimento los curas marciales del comedor trinitario. Esta hormiga solicita el peculio para un medio de vino del Gallo -peleón y de bronce, amarillo como una armadura en el desierto.

“Dame hoy y mañana no vengo…” -dice. “Como si fuese un adelanto…“-apuntilla con gracia.

Pero ya nadie le presta una moneda, que se hartó el barrio de su falta de solvencia. Por eso me espera a mí cada dos días -que no soy hombre de despensa diaria. Y se le ríen los agujeros de los dientes cuando me ve doblar la esquina. Tan serio yo. Tan de negro siempre. Tan discreto tras mi barba de hombre discreto. Pero al verlo, también sonrío. Y le dejo uno y cincuenta en su mano cruzada por guiones infinitos. Y me mira a los ojos, y otro día que me dice que sí con la cabeza. Porque él no murmura que “Dios te bendiga”, ni “ay moreno que bueno eres…” Él se pliega de nuevo y cruza a la taberna de Plateros. A por la ambrosía que le completa las grietas del hígado.

Y a mitad de la calle se para y alza el hombro derecho. Como para ponerse recto. Para alinear la pierna y la muleta. Le salpica de ruido un coche y escupe en el suelo. Y en la ventanilla de Plateros se traga el oro que exorna la cáscara de la pena…

Hasta pasado mañana, Rubio. Algún día echaré tu sombra de menos… 


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