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Y YO DANDO CONSEJOS...




No me venga usted con tantas emociones revueltas. Clasifíquelas. Hágalo como más le apetezca. De mayores a menores o viceversa. Del corazón a la razón o de su sesera a sus entrañas. Yo estoy acostumbrado a tenerlas todas y, a la vez, a no tener ninguna. Pero yo soy un ser extraño, no se deje  usted contagiar por mi desconcierto. Escuché una vez de un egregio doctor que, cuando muchas terminaciones nerviosas de nuestro organismo son cercenadas a la vez, el cerebro se colapsa, hasta tal punto que no sentimos dolor alguno.

Ya ve usted. Somos simple química. Probetas de laboratorio con pamelas y corbatas. Así que le aconsejo que primero tranquilice a sus instintos más terciarios. Son los más fáciles de domesticar -como bebés/perritos. Luego proceda con los secundarios y acabe    -¡ay acabe!- con los primarios -que esos sí que son alazanes desbocados en pos de quién sabe qué logro inimaginable.

Usted me pide un consejo y yo estaré gustoso en dárselo -aunque siempre pensé que si los consejos tuviesen el coste de un céntimo de real nadie prestaría ninguno. Pero para que yo le regale el mío, no me venga usted con ese amasijo de emociones que sólo acabarán escapando por sus bellos ojos en dos arroyuelos de sal y agua.

Usted quiere amar y no caer en el olvido. Comer y no engordar. Beber y no emborracharse. Respirar y no contaminarse. Dormir y no tener pesadillas. Besar y no quedar en una nube…

Eso no es posible amiga -o amigo, si tal caso se diese. La vida es un impuesto que se paga antes de amontonar caudales en la caja final. Un extraño impuesto, no me cabe duda. Pero es la vida a fin de cuentas. ¿A quién le pedimos responsabilidades porque sea así? ¡Aquí no va a dimitir nadie! Todos queremos vivir pero no queremos dejarnos la piel en el intento.

Ya me ve usted a mí. ¡Pura contradicción! Ora escribo que las orugas me raen las sienes, ora que sus manos -las de ella- me desperezan el alma. Dicen los psiquiatras que podría ser bipolar. ¡También tiene dos polos la Tierra y nadie la culpa por ello!

Así que ya sabe. Sin mirarse en mi espejo -por favor se lo suplico- hágase un hueco en este tranvía de desvaríos y sinrazones. Empuje y colóquese en el asiento que más le guste -pasillo o ventanilla. ¡O tome dos! Que al fin y al cabo estoy, puerilmente convencido, de que este trenecito misterioso debe de llevar a alguna estación en blanco y negro… 


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Ilustración: (filtrada y sin licencia conocida)


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