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LA CÁRCEL DEL TIEMPO



Sigo encerrado en este carcelón de paredes limonadas. Me cuentan que afuera, más allá de sus desconchados contornos, hay maravillas. Gente que viaja. Que escalan montañas. Que atraviesan selvas. Que se sumergen en oceánicas profundidades. Que vuelan por encima de las nubes. No sé si alguna vez hice algo de eso -mi amnesia es caprichosa y sólo me deja ver algunos trozos de memoria, y otros los aborrasco yo, como hojas secas de un parque a las que no les queda destino que ser tierra.

Ahora este carcelón des-decorado con libros, epítomes y maderas de ínfima nobleza es mi esfera y mi único refugio. No tengo mucho. No tengo poco. No necesito pescar ni cazar para alimentarme. Un hombre turbio de andares zambos me entrega a diario -bajo pago- el alimento. No es desagradable al paladar y contiene suficiente azúcar para el necesario riego que seduce a mi razón.

Me desplazo por las losetas indiferentes de estos caminos ajustados, ora con alpargatas ora descalzo que, aún dentro de estas paredes, se sienten los turnos de los tiempos. No coloco flores en primavera ni glóbulos de colores en Navidad. No sufro. No hablo. No callo. Elegí mi destino de una baraja de cartas trucadas -aunque yo conociese todas las señales…

No tengo un horario de visitas -¡de qué serviría!- pero, a la anochecida, atravieso la puerta con un cerrojo que chilla con estruendo y asusta a mi gato. Entonces se me viene encima toda la madrugada... Le temo lo indispensable. La conozco. Sé de sus atajos para evitar la locura. Es cuando escribo y murmullo a Dios y al demonio. Y espero impaciente el revoloteo de las hadas que cargan con metrallas de rimas a mis prosas domesticadas.

A esas horas, cuando todo se silencia ordenadamente, me erijo en un modistillo aplicado y me pongo a zurcir designios. De unos y de otros. Míos e impostados. De ayer y de mañana o de otro cualquiera de los tiempos infinitos…

Sé que algún día abandonaré este carcelón con baño y dos dormitorios. Será algún invierno. Probablemente. Cuando el frío estreche el tuétano de mis huesos.


Ya no estarás, lo sé. Pero, tal vez me sea suficiente, con volver a encontrar la noche estrellada que olvidé bajo los pétalos de una margarita que creció sin memoria ni ambiciones.

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