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EL OFICIO DE ESCRIBIR



EL OFICIO DE ESCRIBIR

Desde que me convertí –al menos transitoriamente- en un anacoreta de costumbres urbanas, dóciles y elementales, cada noche tiene o no la condición de festiva, dependiendo únicamente del éxito que otorgo a la singular aventura de transcribir palabras, del interior que palpita, al papel que silencia –¡ahí quedó eso…!

Y es que siempre pensé que no todo el que escribe es escritor, por mucho que así lo defina la Real Academia, pero que sí lo era toda persona que escribe con la sana intención de relatar algo, con una formas determinadas, para despertar en otro cualquier emoción. No es fácil decidir a quién incluimos o no en el monto de los escritores por definición. Porque con la acepción que les he expuesto, una señora que deja a su marido una nota sobre la mesita de noche en que, le advierte de su inapelable decisión de no volver a verlo, sería una escritora. Ha escrito. Ha tenido la intención de contar algo. Lo ha hecho de determinada forma. Y ha despertado en otro una emoción –y ¡vaya con la emoción! ¿Ven? Es muy complicado esto de calibrar quién es escritor…

Hay quien a la definición anterior añadiría dos nuevas condiciones, la habitualidad y la exclusividad. Conocida mi habitualidad, no saben ustedes en la cantidad de ocasiones en que me han preguntado: pero, ¿aparte de escribir te dedicas a otra cosa? Esa es para el Universo de la Palabra la Gran Pregunta. Una pregunta que nadie le haría a Ken Follett o a don José Saramago –mucho menos a este último por razones tristemente obvias. Pero a mí sí. Y cuando manifiesto mi pobre condición de funcionario estatal, ¡ay amigos!, ahí pierdo ya toda mi condición de escritor. Aunque quien me haya interpelado, momentos antes, haya estado colmando de loas mis papeles. No hay nada que hacer. Para él/ella dejé de ser escritor para pasar a ser un funcionario que tiene el hobby de escribir. ¿A que sí?

Luego están aquellos que inquieren contemplando otros matices… Pero… ¿has escrito algún libro? ¡Ay! Segunda condición que no cumplo. Ya no me dejan lo de escritor ni como hobby… ¿Has ganado algún premio? ¡Zas! ¡Aquí los sorprendo! –me digo para mí.  ¡Sí señor! tal y tal y tal… (no sigo con más tales porque no los hay, no vale la redacción con la que gané en 6º de EGB). Y como los tales no son los que habitualmente se publicitan ¡Ay! Tercera condición a la papelera del desengaño. Y el interrogatorio que finaliza con una conclusión inapelable y muy andaluza: éste ni es escritor ni es ná… 

Sí señores/as, lo antedicho podía ser mi ensayo –pueril donde los haya- sobre qué es esto de ser escritor. Quienes a esta tarea se dedican habrán sonreído amargamente. Yo seguiré con mi noviazgo con las palabras. Por ahora no hay fecha para la boda, ni tenemos padrinos que nos sustenten ni oficiante que nos bendiga. Sé que la anécdota con la que voy a periclitar -¡toma! ¿ven? palabreja de escritor- esta minuta, está muy trillada, pero siempre la refiero cuando hablo de esto de escribir. Cuentan que, presentados en una recepción el torero sevillano “El Gallo” y don José Ortega y Gasset, el primero preguntó al segundo que a qué se dedicaba, suponiendo don José la carencia intelectual del torero –que no era ni mucho menos tal- le dijo que se dedicaba a pensar. El torero asintió y se giró para comentarle a su subalterno,…desde luego hay gente “pa” “to”…

Feliz madrugada. Feliz destino.
(Feliz atardecida América)   


P.D. Déjenme que les cuente otro día la clase de escritores que no soporto. Hay mucha tela que cortar.

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