Voy a buscarme un lugar para
pensar. Necesito soltar lastre. Soltar vida de la que no vale –como el
colesterol malo. No recuerdo la última vez que pensé. La última ocasión en que,
seriamente, me puse a pensar. He andado cavilando más o menos mientras estaba
en otras labores, pero lo que se dice pensar, concentrando todo mi cuerpo en el
verbo, no.
Sé que el verano no es bueno
para pensar. Más bien se utiliza para "despensar". Se oye en estos
días de forma frecuente: "… me voy a desconectar un tiempo…"
"…me voy una quincena a la playa a no saber nada de nadie…"
"…voy a leer en estos días toda la lectura que tengo atrasada… " "…me
marcho a disfrutar unos días con la familia…". Y claro, a uno le dan
ganas de preguntar: qué es desconectar,
qué es no saber nada de nadie, cómo se va a leer usted en unos días lo que no
ha leído en su puñetera vida y qué hace el resto del año usted con su familia…
Y lo que es más importante ¿y a la vuelta? ¿volverá usted a ser el de antes de
su quincena vacacional? Porque entonces, como decimos en mi tierra, para ese
viaje no hacían falta alforjas…Pero uno, en su prudencia genética, calla, inclina
el cuello y otorga.
Pensar es algo más. Es
detenerse. Señalar la página a mitad de la novela. No hace falta que uno ponga
posturas raras -que más que pensar en lo que debes, piensas sólo en cómo
puñetas mantener el equilibrio. No. Lo único raro que usted debe de hacer es
parar.
Porque pensar es repasar
nuestra historia. La pequeña. La importante. La que escribimos cada día. Ésa de
la que somos poseedores de sus páginas. Revisarla y preguntarnos con seriedad,
¿cómo va mi crónica?, ¿cerré ya aquel capítulo que llevo años queriendo
cerrar?, ¿qué hice con aquel personaje que sigue apareciendo sin que nadie le
dé vela que encender?. Porque no es fácil escribir una historia e ir dejando
capítulos abiertos y personajes aparcados. ¿Se imaginan lo que sería una novela
trazada de esa forma?
Mis queridos-queridas
lectores-lectoras (no imagino que son ustedes muchos, me basta una salita algo
coqueta con media docena de sillas) hay que ir concluyendo capítulos. Sabedores
de que nuestra historia (al menos la mía) lleva ya muchos títulos escritos.
Hay que pensar en cómo dar
con el final más adecuado para ese personaje que se resiste a abandonar la
novela. Hay que acabar con ciertos lugares, paisajes, amaneceres, atardeceres;
porque sólo acabando con ellos descubriremos que nos quedan nuevas páginas por
escribir. No pretendamos hacer malabares con nuestra vida y colocar unos personajes
sobre otros que no se han ido, nos nacerán monstruos de dos cabezas, de dos
corazones y de ningún sentido. No pretendamos tener una historia manejando, a
la vez, la vida de quince docenas de personajes. Libérese usted de capítulos. Y
piense en cómo van a comenzar los nuevos. No tenga miedo a fantasear. La
fantasía es imprescindible para estar gentilmente vivo. No tema hacer un giro literario
en su novela. Lo grande de estar vivo es que podemos cambiar de personaje. Pero
¡ojo! eso conlleva, en la mayoría de las veces, también cambiar el elenco de
quienes nos acompañan. Hay quien esto no lo entiende y, se acaba quedando con
la soledad por toda compañera de obra, porque no avisó a nadie de su cambio. Es
preceptivo. Si es necesario hasta ponga usted un rótulo: "Estoy de
Reformas". Y, cuando finalice, comience usted la siguiente página de su vida con una amplia sonrisa, un lapicero y una gran goma de borrar.
Sí. He de
encontrar un lugar para pensar. Ya lo dije. Este velero lleva mucho lastre, y he de
soltar sobrecarga antes de embarrancar en el acantilado equivocado.
© Fotografía del
encabezamiento: Charo Guarino
No hay comentarios:
Publicar un comentario