Hoy se escucha la nana de la noche. No sé si la apreciaron
alguna vez. Supongo que sí. ¡Claro que sí !¡Hay veces en que pienso que soy el
único lunático del planeta! Eso tiene la soledad… Uno mira a su diestra y a su
siniestra y, al no ver otra sombra, piensa que la única es la que le acompaña
fiel a su espalda. ¡Pero habrá tantas existencias que ahora escuchen este
murmullo cándido!
Hoy, desde aquí, el cielo parece un ejército de alacranes blancos.
Lo miro y sonrío. Como sólo sonríe un niño grande. Como si jamás hubiese visto
tantas estrellas juntas. Lo trato de retratar en mi hoja de ruta, pero ya dije
que soy muy mal dibujante. Así que cierro los ojos. Los aprieto. Y espero que
quede ahí adentro ya para siempre. ¿Se han fijado que, cuando queremos que algo
no se nos olvide, cerramos los ojos con mucha más fuerza de lo habitual? ¡Como
para que la captura no se escape por la rendija! Tenemos unas manías…
Y es que ciertamente somos curiosos los seres humanos. Yo me
río tanto de mí mismo… Me levanto por la mañana y, antes de pasar a la ducha,
lo primero que hago es mirarme en el espejo. ¿Pero qué pretendo comprobar? ¿Ver
si me han crecido las orejas por la noche? ¿Cerciorarme que de no me ha
aparecido un tercer ojo justo en mitad de la frente? Porque a mi barba
selvática, a mis ojos de pulpo despistando, a mi nariz algo chatunga y a mis
labios- siempre ligeramente agrietados- ya me los conozco de sobra. Pues nada.
Cada mañana el mismo ritual. Eso mi gato no lo hace. Nano no se mira en el
espejo. Se miró una vez cuando llegó a casa. Se observó detenidamente. Echó un
vistazo tras el espejo. Y nada. No se ha vuelto a mirar. ¿Para qué? –dirá él.
Si él ya sabe que es un gato níveo de cuatro patas. Pues nosotros, a los
humanos me refiero, lo que nunca hacemos es mirar tras el espejo… ¿Y si hay
alguien que nos lleva engañando toda la vida? ¿Alguien que ha crecido con
nosotros y cuya única tarea en este mundo es que jamás conozcamos nuestro
verdadero rostro? ¿A qué no lo habían pensado? (No, no corra ahora a mirar tras
el espejo, si acaso antes de acostarse, que puede dar más repelús…)
Tenemos los humanos manías sorprendentes, ya, ya les iré
contando otras en otras noches. Ahora voy a volver a la serenidad de lo oscuro.
A seguir escuchando la brisa de lo ausente. A bañarme de la plata de las
estrellas cerca de esta marquesita rubia. Yo. El que cada mañana aparece en el
espejo. Pues, chanzas aparte, sigo siendo el mismo malandrín que ora está
triste como un náufrago, ora ríe como un títere de circo. Eso es pasear por la
vida. Esta ingrata compañera que me empuja a no sé dónde. Que me pone
zancadillas y luego me tiende la mano. Que me besa y me maldice. La vida. Nada
más y nada menos…
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