Esta noche me he traído a mi
pequeña marquesina mi cuaderno-de-cosas-que-no-haría. Es un cuaderno casi
inédito y de páginas escasas porque, por principio, no tiene muchas
anotaciones. Creo que “hacer” debe de ser el verbo sobre el que gravite cualquier
existencia. De conjugarlo en mayor o menor medida dependerá la altura vital de
nuestra presencia en este mundo. Quien no hace no se equivoca en casi nada,
salvo en una cosa, en “no hacer”. El infinitivo que propongo conjuga con todas
las proezas del ser humano. También, es cierto, que con todas sus miserias.
Pero la indolencia por costumbre debería de estar penada por las leyes divinas.
No me considero un indolente,
pero si es cierto que lo soy en mayor medida que aquel jovenzuelo que, un día
cruzó la veintena con agujeros en los bolsillos y estrellas en la cabeza. Es lo
que tiene la edad. Uno va haciendo cada vez menos. Por la sencilla razón de que
ya hicimos mucho -quien lo hizo claro...Y aquello que se hace
ya con cierta edad, se magnifica hasta extremos que pueden resultar ridículos.
No, amigos, amigas, no se es más joven por bailar con setenta años ¡Qué vitalidad! -grita el coro. Pero,
por Dios, si yo no bailaba a los veinte, si no me recoge antes la parca -en uno
de sus vuelos charter especial para fumadores- ¡Cómo voy a bailar a los
setenta!
Hay otra cosa, aparte de
bailar, que tengo anotada en mi cuaderno-de-cosas-que-no-haría: Yo jamás me
leería. Sí, como lo han oído (más bien leído). Jamás sería un lector de mí
mismo. No soportaría a un tipo que escribe una metáfora por cada frase y un
calificativo por cada dos sustantivos. No soportaría a un tipo que trova al
amor de manera tan lírica, tan desarraigada y tan utópica. ¡Ame usted más y escriba menos sobre el amor! -deberían de gritarme
desde el anfiteatro…Y luego está, cuando filosofo, ¡uf!, qué difícil de
soportar mis peroratas acerca de esto y de aquello, sin criterio, sin
sintetizar conceptos… ¡tremendo!...
Bien me podrían ustedes reprochar
con la asistencia de la razón: pues no
escriba usted como a usted mismo no le gusta… Y ante tal censura, no podría
por menos que decir: es que no lo sé
hacer de otra forma…
Por eso pienso que hay dos
cosas que un escritor que se precie jamás debería de hacer: leerse y hablar en
exceso.
Lo primero porque reducirá su
trabajo a la miseria con su áspera, pero inevitable, crítica autodestructiva,
lo segundo, porque el resto del mundo se dará cuenta de lo poco que vale cuando
no le da tiempo a pensar lo que dice (si esto fuese el prospecto de algún
medicamento aquí habría que advertir: no
utilizar lo antedicho con los grandes. Porque amigo, amiga, ésos saben
torear en cualquier plaza…).
Creo que ya he hablado
(escrito) suficiente por hoy. Recuerden siempre que aquello que digo es
producto de un instante y de un estado. No piensen que necesariamente mañana
diría lo mismo. Es lo que tiene tener una existencia tan contradictoria como la
mía, siempre puede uno decir: ¡ah! pero
eso lo pensaba ayer, ¿no sabe usted que yo soy un contradictorio? Y me quedo tan ancho.
P.D. Sólo una cosa que se me
quedaba en el tintero sobre hacer o no hacer: si me ven alguna vez hacerme un
“selfie” les ruego llamen a Urgencias con presteza. Mi locura habrá llegado a
límites del internamiento inmediato. Gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario