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ESOS INSOPORTABLES…



Me emplazaba a mí mismo en la noche de ayer a contarles  qué tipo de escritores no soporto. Un emplazamiento hecho a sí mismo se torna en un reto del que difícilmente uno se puede escabullir. Tiene el peso de la palabra que uno se dio y tomó. Con lo cual y, aun a costa de crearme enemigos pequeñitos –ningún enemigo grandote va a venir a leerme a mí, porque ustedes que me leen a menudo son lo más grande que tengo por acá-, tomo mi propio desafío como un boomerang que vuelve esta noche a mis páginas en blanco.

Como es noche de sábado y, no quiero yo andar perturbando en exceso festividades ajenas, voy a tratar de ser breve como un helado de un euro.

¿Quiénes tienen pues el deshonor –pudiese ser que el honor según el criterio que se tenga de quien esto suscribe- de ser para mí insoportables? ¡Tachán! LOS ESCRITORES QUE ESCRIBEN PARA ENTENDERSE ELLOS. Los he conocido a patadas. Tienen tanto lío en su interior que se deslían a base de injerir botes de tinta –una peculiar dipsomanía- para luego destilarlos letra a letra sobre el inocente papel en blanco. Suelen ser éstos una suerte de mezcla entre filósofos y, lo que yo llamo, ayudantes de vidas ajenas y, siempre que los nombró me viene a la cabeza un psiquiatra que me trató y que acabó inhabilitado por una severa depresión  –lo digo con cariño y respeto, que ciertamente se lo tenía yo a tan peculiar facultativo y, como no, a tan cruel enfermedad.

Pero estos escritores que les nombro tienen que escribir para entender lo que andan pensado. Son ególatras por devoción y naturaleza. Comienzan su aventura literaria normalmente con poemas que uno no sabe si está leyendo del derecho o del revés. Luego pasan a relatos espirales que, o uno los deja a tiempo, o puede acabar como ellos y, finalmente, terminan la mayoría en el obituario de una redacción de periódico –con perdón- o colgando su pluma para dedicarse a mirarse más en el espejo.   

Pero claro. ¡Quedan los que triunfa! Los que no se sabe porqué extraña selección natural empiezan a vender libros como churros. De no conocerse a sí mismos se convierten  en seres aparentemente sabedores de todas las inercias y mecanismos que zarandean a este mundo. Conocedores de áuras ajenas y de todos los secretos que llevan a la divina felicidad. Además se los pueden vender por fascículos, por docenas, por colecciones, en papel, en archivo de texto, en CD, nada es imposible para ellos...

Saben a los que me refiero. Se reconocen sus títulos en los escaparates de cualquier librería de su barrio. Porque todos sus tratados se pueden resumir en uno: “Si usted no encontró la felicidad es porque es tonto y yo, que no lo soy, le voy a enseñar a encontrarla”. ¡Qué atrevimiento!, podrán pensar muchos de ustedes.¿Cómo puede hablar así de …. fulanito, menganito y zutanito? ¡Pues sí! Hablo así porque es lo que pienso. Y para apuñalarme ya estarán otros, que no lo voy a hacer yo mismo.

Hablo con mediano conocimiento de causa. Los he leído casi a todos. Y sigo siendo el mismo infeliz con menos euros en el bolsillo y menos lugar en mis estanterías. A todos estos visionarios se les olvida reseñar algo al final de sus libros: “lo que yo ahora le digo lleva el ser humano diciéndolo, explicándolo y practicándolo desde hace milenios; pero yo se lo he explicado en forma de tebeo…”

Son así. No los soporto. Puede que me quede con una o dos excepciones. Verdaderos guerreros de luchas intestinas. Buscadores ilusionados de la piedra filosofal. Pero el resto… Como le oí decir una vez a un grande: si Dios se te sienta en la cabeza, tienes un problema…

Así que, mis (no odiados, que ese verbo no lo suelo conjugar) infumables escribanos, no vendan ustedes felicidades ajenas. Quédense con la suya. Disfrútenla. Pero, por favor, no la encuadernen.



P.D. Me quedan en el capazo de mi ignorancia otros amanuenses de letra propia y perfil característico. A ver cuando tengo ganas y hablamos un rato de ellos.

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