Yo no plagio amigo. Eso conlleva una labranza que agobia a
mis razones. Yo copio directamente. Sí, sin rubores, sin vanas culpas, sin
malas intenciones…
Así que me dedico a copiar las margaritas de su blusa, los
rotos escarlatas de su pijama -que era mío y le dio su forma-, la trenza que se
inventaba cuando el viento estaba revuelto; o la cremallera de su falda y los
dos lunares de su pecho -que en el alma me prendían ascuas.
Yo no plagio amigo. Yo la copio directamente.
Y no me invento su color de ojos porque aún lo irradian mis
pupilas. Y no me invento su limonado pelo porque, usted ni sospechar puede,
cómo esas hebras relucían. Y no me invento sus manos pequeñas porque yo las
defendí del frío, cuando el frío las pretendía...
Así que, amigo, en vez de plagiar, sueño…
Y como la llevo en el alma escrita, cuando es mi codicia
esculpirla, la regreso de su huida. Que eso sí, no habría más falaz mentira,
que decir que la tengo en vida.
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