No me gustaría que ya no amaras. Que hubieses perdido la
costumbre de enamorarte. Que anduvieran sin oleaje las orillas de tus labios y sin
miel el vientre donde reposé tantos otoños.
No me gustaría que ya no recorrieses las callejas de la Judería , ni el Puente
Romano, ni el huerto donde el Churrete te olía las pantorrillas, ni la orilla
del Guadalquivir -ése que hace de Córdoba dos párpados.
No me gustaría que ya no apoyases tu frente en un hombro lenitivo,
ni que te fueses a dormir sin una sonrisa de agua. No me gustaría que ya no cupiesen
las flores en la bandeja de tu desayuno, ni las mermeladas juguetonas en la
punta de tu nariz.
No, no me gustaría que hubieses olvidado aquello que
aprendimos de hacer aventura lo más sencillo.
Yo te tengo en mi recuerdo enamorada y bella. Triste y
amplia. Serena. Y te tengo y te sostengo como aquello que fuiste en un instante:
una niña en piel de caramelo, una manzana, un algodón de azúcar rosa, un diente
de león dormido en la más pequeña de las nubes.
Y luego un adiós plateado y triste. Un hasta luego, un hasta
siempre, un hasta nunca… Un me voy pero no quiero… Un me marcho pero no te
dejo…
No, no me gustaría que ya no amaras. Porque así transito yo
por la distancia de los caminos y sé lo tristes que se vuelven unos ojos cuando
ya no confían en las estrellas.
Feliz día. Feliz destino.
(Feliz amanecer América)
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