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ES DE NOCHE

La noche se ha venido mansa y oscura. Arriba, en ese  horizonte a cuya balconada sólo se asoman los poetas y los niños, los centinelas antiguos -pequeños y brillantes-, otean a los mortales con sus ojos turbados, como de piratas erráticos…

Han quedado encendidas apenas un par de luces en las ventanas que ahora se hacen menos compañeras. La calle se ha apagado y, en la mitad de esta senda urbana y primitiva, una farola permanece –como un faro alejandrino- fiel a su estampa y su utopía.

        Las voces de los niños se guardaron hasta mañana en el cajón que esconde los sueños y apenas un par de coches se lamentan de su reuma contaminador y ciego.
         
        Es la hora de las brujas –y de algún hada loca- y es también  la hora en que mi taza se envuelve en un vapor conocido que huele a manzanilla y a menta. Es la hora de la magia. De las chisteras de donde brotan las palabras que aquí plasmo y lamento y que, mañana –a la luz del sol que todo lo desmiente- parecerán pueriles y escasas.

        Es la hora de volver a pasar los dedos gastados por los cuentos que permanecen eternos, de la voz quieta de madre antigua que se muere en una nana vieja.

        Es el momento de amar… de cumplir con el requisito divino de encontrarse, de enredarse sin el miedo a quedar prendido para siempre.

        Es la noche. La compañera primera y universal del ser humano. La madre iniciática de todos los sueños y de todas las ensoñaciones.

        No, no entiendo cada noche como una noche distinta. Son todas la misma noche –errática locura-  la noche que te busca compañera, la que ha de traerte -para mi suerte- a mis brazos y a mis vísceras, a mis órganos y a mi sexo, a mi mente y a mi espacio y, en este lugar donde escupieron los dioses lava y semen, te amaré otra vez en el recuerdo, en el recuerdo de aquélla a quien no conozco pero espero.  



Buenas noches. Buena noche.

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