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TARDE DE OTOÑO


La tarde está quieta, como si fuera de porcelana. Apenas espaciados alientos de un viento débil y caliente inquietan la serenidad del lienzo. No hay ruidos que adivinar. No hay silencios que comprender más allá de los ominosos mutismos del tedio.        ¡Dios debe de haber bostezado en sus reinos! Desde mi espacio contemplo el pasear diminuto de una pareja de ancianos. Cogidos de la mano parecen ensayar un ritual ancestral y mágico. Dan pasos pequeñitos, como de muñecos a los que la cuerda se les fuese terminando. No comprendo –desde mi distancia- el mascullar de sus palabras. Las dicen bajitas, nacidas de voces cansadas. ¡Tal vez se sigan jurando amor eterno hasta una tumba cada vez más cierta! Un perro torpe y desaliñado, todo vagabundo, cruza la carretera y orina una farola barrida por la herrumbre para, más tarde, seguir su camino incierto, ése que lleva hasta el dueño desconocido tantas veces soñado. El sol se ha encaramado hasta la última terraza poco antes de dejar su paso a la luz caída de la luna nueva. Es una tarde menguada y cautiva.

Es una tarde quieta, como si fuese de porcelana….  

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