Me prometí dejar este año con las manos minadas de caricias
y el camino hasta tus labios deshecho de carmines. Me prometí compartir luminosos
amaneces con tu espalda y pasar noches enteras claveteando estrellas en tu cielo.
Quise no volver a dejar mi maleta vacía en el descansillo de tus adioses y
prometí no volver a picar el boleto que me devuelve a la esquina de la ausencia.
Pero, ya sabes, cuando me prometo me equivoco. Así que dejaré de prometerme
intenciones para este rimero de días que desgastarán los horizontes. No.
Así tampoco me convenzo. Haré al menos una promesa: te inventaré, te encontraré
y te amaré como nunca ningún loco te ha amado. Pero ésa sí que es una promesa sin
acuse de recibo.
ESTUVE EN TI
Sí. Yo estuve allí. En el acantilado de sus labios. Junto a
su espalda oceánica. Míos fueron los besos que se posaron en su cuello indescifrable.
Y mías fueron las manos que sembraron sus muslos de humedales. Sí. Estuve allí.
Sobre la construcción de su vientre penitente. Y mía fue la lengua que en su
piel labró senderos carcelarios. Y allá me acomodé en sus pechos pequeños
coronados de rosáceas primaveras. Y allá anduve dibujando mariposas en todo el
lienzo que me prestó su cuerpo y su tálamo. Estuve allí. Donde sólo se atreven
los que del verso malviven y de la soledad se acompañan. En aquella piel que
tiene la maldición perfecta para que, eternamente, gire en la locura la brújula
del visitante.
COSTURERO DE TU ALMA
¡Cómo me gustaría ayudarte a desvestir tu alma! Desabrochar inquieto
cada botón de tu existencia. Desdoblar anhelante el inicio de tu cuerpo. Bordar
tu mañana. Coser escarcha de nácar en tu cielo y entallar dos estrellas a tu cintura
cincelada.
¡Cómo me gustaría deshilachar tu piel hasta tu sangre!
Remendar con olvidos tus recuerdos. Arrugar tu noche entre todos los costados
de mi cama. Enhebrar caricias y besos hasta coserme a tu vientre bajo el fruncido
níveo de mis sábanas.
¡Ay cómo me gustaría hacer patrones de tu estampa! Y así,
sin más remedio, zurcirlos en plata y nieve a estas manos de sastre de
palabras.
ES LA TARDE SIN TI...
Se
enjuga la tarde. Se ennegrece de tiempo y de otoño viejo. Se descama sobre un
cielo sucio de azul. Llagado de renglones pardos. A jirones, le asciende el
olor de la acera gastada. Como una estrella insignificante en el sentido
equivocado. Sólo el eco de un corro infantil abre el silencio con el tajo que
deja una navaja con cachas de plata. Y mientras… la tarde respira. Como si
fuese lo último que no olvidó hacer. Respira y jadea con su ancianidad caduca. Descansada
en las farolas púberes que escupen una luz blanca y desanimada. Es la tarde que
dejaste. Es la tarde que no tamiza el verde de tus ojos verdes. Que no bruñe el
amarillo de tu cabello incandescente. Que no calienta el ardor de tu piel
erizada. Es la tarde sin ti. Es el trozo de día que me dejaste señalado sobre
mi escritorio macilento.
No quiero huir. Me mantengo vigilante en esta ventana en que
invento besos infinitos sobre pieles infinitas. Como te invento a ti, mariposa
inexistente. Para que todo lo que escribo tenga sentido. Para poder cerrar las
cortinas creyendo que nadie contemplará jamás la locura que preña la lágrima
del solitario.
TROCEANDO SOLEDADES
Ando cargado de trozos. Como otros andan cargados de leños castigados o de urgentes primaveras.
Hay un trozo de paisaje en el dobladillo de mi lienzo ceniciento.
Hay un trozo de memoria en la maleta que acarreo y un trozo de niñez en mis calcetines
de colores. Hay un trozo de príncipe en el sapo que alimento y un trozo de
truhán en el carmín de mi solapa. Hay un trozo de dios en la oración que mastico
y un trozo de infierno en el pecado que me vence. Hay un trozo de tarta en
cada cumpleaños que abandono y un trozo de fiesta malgastada junto a mi zapato
de madera. Hay un trozo de palabra en cada silencio que mastico y un trozo de soledades
en el humo senil de mi cigarro. Hay siempre un trozo de beso en la quebranta de
mis labios y un trozo de caricia en mis brazos que aman y defienden. Y hay un
trozo de canción que tarareo a mi gato y un trozo de secreto escrito en un
cuaderno… Y hay un rimero de trozos en el fondo de tus ojos que, de cuando en
cuando, como hoy, rescato con mi voz disfrazada de poema…
AMARTE EN QUINCE PRIMAVERAS
Me niego a amarte como un adulto.
Quiero sorprenderme aún en el zaguán de tu puerta –bolsillos rotos y pantalones
recién arrugados. Regalarte una tarde de cine con balas de plata y sangre de
mermelada. Recorrer una docena de árboles en el parque y labrar en uno el
nombre que me recorre la boca. Quiero besarte y que todos tus sabores me
estallen en los labios. Quiero tomarte de la mano y sentir tus latidos de
caramelo. Quiero ver como tu sonrisa apaga el paisaje de la tarde clandestina. Y
quiero despedirte en el umbral de tu patio – aún moteadas las sombras por la
claridad última del día… Y hasta que mañana te recorra de nuevo quiero soñarte.
Soñarte y cazar dragones y atravesar selvas y deshilachar cometas con la fuerza
de tus espejos.
No quiero amarte como un adulto,
porque los adultos piensan que amarte no será para toda la vida…
VIVIENDO EN TI
Este Otoño me he prohibido vivir sin ti… Abrir
otras pieles que no palpiten bajo el azul apacible de tu blusa. Campar en otros
campos que no sean el del blanco acanalado de tus sábanas…
Este Otoño me he prohibido soñar sin ti... Me he prohibido reír
si no lo hago dentro del cosmos de tu risa… Estremecerme si no lo hago bajo el rocío
salino de tus lágrimas…
Este Otoño me he prohibido dejar para más tarde el subir al
ático de tus sueños… O dormir hasta que no entienda qué oculta la última sombra
a la que cubres...
Este Otoño me prohíbo todo lo que no comience en tus caderas
y todo lo que no ocurra sobre el texto de tu falda…
Este Otoño me voy a prohibir tanto que voy a necesitar latir
muy cerca de tu vida. En tu casita blanca. En tu ladera verde. En tu montaña
alta…
DE NUEVO OTOÑO
Has llegado por la puerta trasera. Como casi siempre.
Sorprendiéndome aún con el calor ambarino del sol que me importuna. Has llegado
humilde y casi apenado. Como lo haces siempre –jamás quiso tu entrada pétalos clavados
en las puertas. Has llegado escogiendo la hoja que extirparás para que haga inútil
la sombra de mis palabras. Has llegado desde más allá de un horizonte que cada
día hará más anchas las estrías en que respiro. Has llegado desde más allá de
una penumbra que cada día hará mi ventana más pequeña y más alto el cielo al
que le sueño. Has llegado como los pasos de un abuelo... Silentes y arrastrados...
Así llegas, Otoño. Como siempre. Despertando en mí lo mucho que de olmo del
Duero tengo. Sintiéndote hacedor de todas las aguas y de todas las tormentas. Has
nacido de nuevo. Y a tu parto silencioso acerco mi alma y mi palabra. Antes de
que me ahuyentes de tu lado. Porque a la soledad que portas y alimentas le sigo
teniendo miedo…
TÚ
Tú ignorante. Tú necesaria. Tú soñadora. Tú infatigable. Tú lazarillo
de todas las estrellas. Tú hiladora de todos los sueños. Tú reflejo de todos
los espejos. Tú secreto de todos los cofres. Tú alimento de todos los tálamos. Tú volátil. Tú compañera. Tú amante sobre
todas las cosas. Tú lágrima en todas las distancias. Tú, el más bello de los
pronombres.
TOMA PRESTADO
Te presto mi espacio. Y mis palabras. Y
mi silencio. Te presto mi cama deshecha y mi armario pleno de soledades. Te
presto mi canción y mi ron de marinero. Te presto mi cansancio y mi voz labrada
por el humo. Te presto mis otoños y los jazmines de todas mis primaveras. Te
presto mi ignorancia y mis libros vigilantes. Te presto mi orfandad y mi
tristeza. Y te presto mi camino. Y su ceniza. Y su distancia.
Pero luego, no digas que sigues sin
entenderme …
UNA TARDE PEQUEÑITA...
Si viviese en
un pueblo y, tuviese a bien su paisaje, diría que la tarde cae ignorante, escarchando
de amarillo los tejados que ocultan cenicientas… Como vivo en la ciudad he de
ser más prosaico y atreverme sólo a decir: la tarde cae ignorando el aliento de
la noche que, con certeza, se avecina… Pero eso sí, aquí también hay ocultas
cenicientas…
Feliz tarde.
Feliz destino.
A UN SUEÑO DE CONTRABANDO
Te he esperado esta noche. En la esquina de la nada. Haciendo equilibrios en el horizonte. Aseadita el alma para tomarte. Te he esperado aquí. Donde aposté nuestro último beso. El mismo lugar donde ya han apagado todas las farolas del camino, quedando sólo una luna desvestida que lame de luz los arrumacos de los porteños. Aquí y más allá del último vigía no tilita ningún faro marinero. Y es que hay demasiada tierra esta noche… Y es que eso me da miedo… Porque espero verte. Y espero no verte. Y espero dormir. Y espero desvelarme. Y espero tener un sueño. Y que en ese sueño vayas llegando… Abiertas por igual tu alma y tu blusa…
TU DISTANCIA
Te amo mujer. Te amo sin sentirte. Sin tocarte. Sin
escucharte. Sin desvestirte. Te amo por la simple razón de que estás ahí. En el
imaginario de mis palabras. En el principio de todo. Toda tú en un espacio donde
no habito. Tus labios. Tus pechos. Tu silencio. Todo como pequeñas primaveras
esperando el tiempo de las rosas. De las lunas llenas. De los rincones
ablandados por los besos de los que aman. Tú en el lenguaje de los equívocos. De
los adioses interminables. Tú en el dibujo de las espaldas cobrizas y las
blusas abiertas. De los horizontes que tiemblan. Tú en todos los paisajes. Tan
distante. Tan ignorante de que existo. Y si embargo sonríes…
ME ACOMODÉ TANTO…
Siempre me trajiste a tu terreno. A tu espacio. A la
corriente de aire que se quedaba silente sobre tu falda. Al agua que trasegaba
por tus manos. Siempre me hiciste decir las palabras justas -¡cuántas veces
hubiese querido gastar toda mi tinta sobre la desnudez nívea de tu página…!
Hablé el lenguaje inventado que destilabas bajo la elipse de tus labios. Callé
con la palabra oculta que bautizabas bajo tus lágrimas. Y te amé… Te amé con la
locura necesaria, magnética y tibia que aprendí de los infantes. Acomodé tus
cabellos a mi forma y tu espalda a la forma de mis manos. Acomodé mis sábanas a
tu sueño y tu aliento a la brisa de un otoño… Caminé contigo como camina el
viento. O la lluvia. O el olor al perfume interminable que desciende por los montes
ya sembrados. Te amé con la locura que ciega y entristece. Con el alma de los
necios. Con la virtud del humilde. Siempre en tu terreno. Siempre al albur de
la corriente de aire que seguía durmiente sobre el paño de tu falda...
Aún hoy falta claridad en este mar por el que navego. Aún
son oscuras las aristas de los juncos y necias las palabras que se escapan. Aún
no sostengo firme el timón de mis cuartillas. Pero hoy conozco la estrella. La
estrella que señala sin equívoco el reguero lechoso de la luna y el camino al
final de la ceguera.
AQUELLAS TARDES
Yo ya la había encontrado. Como ella me había encontrado a mí. ¡ Tan juntos entonces ! ¡ Tan sinceros ¡ ¡ Tan amantes ¡ Fueron tardes como ésta
-a las que le sobra el vaho de una certidumbre que las cansa- las que desataron
lo atado. Las que hicieron del tanto un tan poco y del infinito una quimera.
Fueron tardes como ésta las que bajaron todos los estandartes de lo más alto de
los tálamos. Las que secaron ríos y desnivelaron mares –haciendo zozobrar
tantos barquitos de papel… Por eso, cuando oteo en el horizonte el plomo
anaranjado de estas tardes de verano, siempre me agarro a tu brazo inexistente,
como no queriendo saber que, hace ya muchas tardes, el destino lo llevó hacía
otro brazo tan amante como el mío.
LA VEJEZ DE LOS OTROS
No tengo miedo a envejecer. Tengo miedo a que envejezcan
aquellos que están conmigo. A sus achaques. A sus torpezas. A sus soledades.
Puede parecer lo mismo. A fin de cuentas somos compañeros de viaje que llevan
bajo el brazo el mismo calendario. Pero no. No resulta igual mirarse en el
espejo a que el espejo se mire en ti. Hay veces en que hasta pienso que la
vejez es sólo para los demás. Que pudiera ser que mi destino conociese un atajo
para no encontrase frente a frente con ella… Y es que si la muerte crea
mártires, la vejez los difumina. Y lo hace hasta tal punto de que uno empieza a
interrogarse sobre si es el que fue o fue el que es…
Se dice tanto que la vejez dignifica. Que las arrugas que
arramblarán con nuestra piel son los recuerdos de las caricias que hicimos. Que
la mano de un anciano vuelve a tener la ternura de cuando fue niño. Que su voz
es la voz antigua de la verdad… Pero ello siempre se lo he oído decir a quien
aún está lejos de ella… Porque quien llega a viejo se resigna. Sin más bagatelas.
Asiente con evidente nostalgia a las ternezas de sus menores. No queda otra.
Depende de ellos. Atrás quedó la memoria notable. La ágil respuesta del
engranaje articulado de nuestro bastidor de huesos. Los dientes intactos. La
orina contenida. Ahora se entró en otro territorio. Un territorio que sólo
abona el tiempo y el olvido.
© Fotografía: Jaime Torres
LAS BRECHAS DEL VERANO
Hoy la mañana se ha puesto manga a la sisa y se ha
presentado más fresca que una lechuga. Es de aquellas mañanas que se escapan al verano, cancerbero
implacable de su custodia para que, en su recio menester, éste castigue a los
nacimos en el sur con mordidas de calor que bien parecieran forjadas en el mismísimo
infierno. Son mañanas de césped regado y abuelos con mascota que, al contrario
que los lagartos, salen pegados a la sombra como estampas de otro tiempo. Son
mañanas de café en una terraza recién regada compartiendo palabras y silencios
con quien bien se pudo compartir la noche. Mañanas que se descuelgan de los árboles
altos con la amabilidad de un maná desfachatado y primitivo... Son, en suma,
las brechas del estío, quien pronto arramblará con ellas para recordarnos que aún
nos queda penitencia.
BENDITO SILENCIO
Casi siempre hay silencio en mi casa. Suelo correr ventanas
y puertas en busca de esa divina melodía con la que nos entendemos con el
tiempo… No soy ni fui ningún melómano –lo reconozco con cierto rubor- y, si
bien es cierto, que tuve noviazgos pasajeros con algunos cantautores de vidas disipadas,
no puedo por menos que reconocer que hoy, lo que se dice hoy, la música no deja
telarañas en las esquinas de mi estancia –probablemente fue ella la que dejó de escucharme a mí y yo
no me di cuenta…
Por cuanto he puesto sobre blanco, no es extraño que, en
muchas ocasiones, sólo la cadencia que nace de percutir este teclado –al que le
va apareciendo alguna que otra caries- rebota en las paredes ajadas de éste que
considero mi refugio. Y por cuanto dije y escribí –percutiendo y percutiendo- es
de toda lógica que, si no quiero notas ordenadas, mucho menos transijo con el
ruido infernal de una calle de la que me aíslo hasta bien llegada la confusión
de las sombras… He descrito a un aburrido -pensará el lector o lectora que se
atragante con estas palabras- y bien puede ser cierto, pues no estamos en época
en la que se aprecie a los anacoretas de medio pelo como acaba resultando ser
un servidor… Ya lo dije. Adoro el silencio porque, si uno sabe entenderlo, compone
las más extraordinarias melodías que ser alguno escuchó jamás. Y cuando vuelva
la música, eso sí, que sea de tu mano y de tu gracia...
NO HAY BROMAS EN EL CIELO
Es curioso que el anochecer no sea una suerte. Un puro azar.
Que indiscriminadamente resultara que un día no apareciera y sí al siguiente, o
traspasados algunos … Me resulta curioso que la mayestática jurisdicción del Universo
no nos gaste este tipo de bromas. ¿No sería acaso eso mejor que la espera
conocida de que el amarillo se tornará en gris y de que luego llegará el negro con
sus menudas lamparillas de plata? Pero no. Está claro que el Universo no gasta
bromas. Que el argumento al que está sujeto anda atado y bien atado. Que los
mortales no tenemos la fortuna de desacostumbrar nuestros ojos a la inercia del
tránsito de los colores.
Así lo dicho y, por lo que escasa y torpemente se ha expuesto, esta
noche reniego de la constancia del tiempo. Y lo hago con la delirante certeza
de que la felicidad sería más abundante en un lugar donde el azar discutiese a la
costumbre. Y es que nunca olvido que, es precisamente esta rutina, la que me empuja
a hacerme viejo.
REFLEXIÓN IMPROPIA PARA UN SÁBADO ACOSTUMBRADO.
Parar. Pensar. Respirar y seguir. Podría ser el orden cabal de
cualquier existencia. Tener además un amanecer en los bolsillos y una luna por blasón.
Una tarde de verano para cuando el frío arrecia en los nidos de los solitarios
y otra de primavera para llenarte -siempre a ti- el vientre de flores
malqueridas.
Respirar y seguir sin más equipaje que una piel algo machucha
y un corazón maltratado –que si aún anda nuevo es que se ha vivido con escasez …
Parar. A ser posible sobre una montaña infinita. Contemplando
un horizonte infinito. Y bajo un cielo con campanillas infinitas. No es éste
mal alto en el camino. El justo para servirse de un manantial de quimeras y palpar
el frescor de una brisa que olvidamos entre adoquines y cemento.
Y pensar. Como pienso cuando escribo. Como pienso cuando
hablo. Como pienso cuando me equivoco –aquí me río y más bien despienso …
Pensar en lo lejos que queda todo cuando de todo nos hemos alejado –nunca hay
una primavera sin el previo rigor del invierno …
Todo justo y desordenado. Como en este pensamiento. Impropio
porque un día así lo señalé. Propio porque lo asumo y lo siento. Como asumo y
siento que esta mañana de sábado también se anda consumiendo. Son horas las de un
reloj que puso en marcha un curioso relojero …
ADOLESCENCIA
Me cansas y me descansas.
Me enfadas y me desenfadas.
Me desconciertas y me acostumbras.
Me aturdes y me sosiegas.
Me desilusionas y me embaucas.
Me amparas y me desatiendes.
Me impacientas y me calmas.
Me das la espalda y me devuelves un beso.
Te regaño y me sonríes y, cuando ríes, baja el cielo y nos
da una estrella. Y entonces jugamos a hacer navíos con su papel de plata …
Porque qué complicado nos resulta que tú ya atiendas por mujer cuando para mí solamente eres mi niña …
LA MITAD DEL CAMINO
Vas un día y lo piensas –eso tiene de malo, a veces, pensar.
Y uno va y se siente –también se puede sentar- a mitad del camino. Y mira hacía
atrás y hasta se puede hacer balance de lo transitado –no es recomendable
porque el pensamiento humano tiene por costumbre arrastrar lo bueno hacia los
confines de la memoria y colocar lo malo en el escaparate de la misma. Y
siguiendo el visionado, miras hacia delante y se presenta un boscoso retazo de
vida que, a diferencia de lo vivido y, por más que nos pese, no es
cuantificable –es tan sólo una probabilidad estadística si es que la salud es
medianamente plausible. Ése es el lugar. Ésa es la mitad del camino. El lugar
de la incertidumbre perfecta. Demasiado viejo para ser joven. Demasiado joven
para ser viejo. Uno puede, a pesar de lo confuso sacar, sin embargo,
conclusiones irrefutables. Jamás se volverá a tener un amor de quince años –y ello,
por la curiosa razón de que jamás se va a poder repetir tan señalado
aniversario. Jamás se volverá a sentir por primera vez el roce de unos labios a
los que acompaña el cosquilleo adolescente que nace en la planta de los pies y
llega hasta la coronilla sin haber perdido un ápice de su fuerza. Jamás se
volverá a sentir, como un viaje hacia la infantil magia, el hechizo de un circo,
o aquella primera película que nos hizo llorar –con muecas inaceptables para
evitarlo. Y seguiría con lo jamases aún a costa de que este pensamiento quedase
marcado por una excesiva pátina de nostalgia pesimista –cosa ésta que no suele
estar bien considerada y, menos ahora, en que se llenan los muros imaginarios
de las redes cibernéticas con esas frases lapidarias en las que comenzar
siempre es posible. Y un carajo. Es posible, como mucho, seguir caminando tras
un alto en el camino. Pero la salida, mas que nos pese, quedó lejos y aquí no
vale eso de de puente a puente y tiro
porque me lleva la corriente ...
Así pues y, de cuanto se ha antedicho se colige: es la presunta
mitad del camino. El lugar, itero, donde no existen prismáticos para otear que
queda ahí delante. Pensemos – por qué
no- que todo lo bueno que no completamos allá atrás. Pensemos que todavía
escribiremos -en papel robado- un verso para entregarlo a un corazón recién parido.
Pensemos que, a lo peor, hace tiempo que la mitad del camino quedó demasiado
atrás para andarse ahora con zarandajas o que, a lo mejor, todo lo escrito que
usted ha leído no es sino fruto de la imaginación cansina de una lánguida tarde
de verano. Pensemos, pero no mucho …
A VUELTA CON LOS AÑOS
Vuelvo a cumplir años. Como un árbol. Como una torre. Ni el
mar ni el cielo cumplen años… Tampoco las hormigas pues es ligera su
existencia… Pero yo sí. Yo cumplo años como un puente. Como una catedral. Y los
cumplo y los llevo enredados en mi piel y en mis cabellos. Y los cumplo por
fuera y por dentro. Y los soporto y me soportan. Y los río y los lloro. Y los
amo y los odio. Y los contemplo en el espejo. Y en la cama. Y en mi forma de
ver borroso cuando no llevo mis gafas. Y en mi manera de maldecir cuando no
encuentro las llaves. Y vivo conmigo este acontecimiento acostumbrado como vivo
una puesta de sol o una marejadilla de puerto. Cumplir años. La mayestática
rutina de la vida.
OTRA TARDE
La tarde camina lenta. Como un caracol enojado. De los árboles,
las hormigas penden quimeras y las hojas se emborrachan de una savia espesa y
caliente. Hay un cielo azul y tripudo que se resbala insensible hacia los
trapecios de los locos. Y una luna en su ya inminente que, casi entera, se muestra displicente en
los espejos tapizados con la piel de las mocitas.
No hay mucha tarde para los caminos. Ni para los amantes desbaratados
y, en los parques se encorvan los bancos y crepita el césped que sirve de
arenero a los chuchos sin correa. Hay un puesto de refrescos de colores y de
golosinas de a céntimos, y un tiovivo
de caballitos mutilados y carrozas despintadas.
Hay una soledad anónima en las
calles. En las mismas calzadas donde no hay viejos ni niños que firmen en la
arena.
Es la tarde de un verano adolescente. Temprano y tibio como
tus pechos. Un verano que aún no tomó sus pertrechos de guerrero y que,
mientras tanto, transita incómodo por el final sin flores de una extinta
primavera.
LAS LETRAS NO SON PARA EL DOMINGO
Los domingos no es un buen día para escribir –decía aquel
poeta que devoraba sombras bajo los árboles. ¿Qué le ocurre a los domingos? –le
interrogaba su Sancho modoso mientras acababa de rumiar la oscura sospecha de
una hoja paripinnada. En los domingos las letras descansan - elucidaba. Como descansan los sueños.
Y las mareas. Y los eclipses. En los domingos descansa dios –y se quedaba tan
ancho ante la seducida mirada de su lazarillo.
Pero yo, contrariamente al poeta devorador de sombras, nunca
he tenido miedo a escribir en tan egregio día –cuya rojez estigma el calendario.
Y es que, si no escribiese un domingo, ¿cómo entonces iba a acordarme al siguiente
del color que he inventado para el iris de tus ojos?
UNA LLAMADA DEL DESTINO
Si nos atenemos a la convicción más aceptada. Justo cuando
comienzo a escribir esto, quedarán cuarenta y siete minutos –según el reloj que
pende de mi pared más cercana y de cuya exactitud me permito dudar ligeramente- para que finaliza
el día. El que ha sido señalado como el trece de junio del dos mil trece.
Este inicio tan indolente y prosaico no tendría razón alguna
de no ser porque éste ha sido un día tan normal y tan anormal, tan feliz y tan
triste, tan anodino y divertido como puede haber sido cualquier otro de mis días
anteriores –tomando el azar como medio de elección para ello, pues siempre hay
perlas en el interior de algunas ostras. Pero, ¿que ocurrirá con aquéllos que están por
llegar? ¿Seguirán el mismo patrón de sus predecesores? ¿La misma plantilla que
parece ideada para toda una vida? ¿Qué me aguardará el destino simplemente
cuando las manecillas del reloj hayan avanzado apenas cuarenta y siete minutos? Imaginemos una llamada de teléfono. Una simple
llamada de éste que hemos hecho nuestro inseparable lazarillo. ¿Somos capaces
de llegar a comprender la cantidad de posibilidades que se podrían esconder
tras la misma? ¿Un nacimiento? ¿Una muerte? ¿Una sanación? ¿Una enfermedad? ¿Un
afortunado premio? ¿Un desafortunado castigo? ¿Un hola? ¿Un adiós?
Multipliquemos ahora el acto de la llamada y sus presuntos resultados por la
cantidad de actos que podrían ocurrir en esos cuarenta y siete minutos que
hemos tomado como casual referencia. ¿Una visita? –demasiado tarde dirían
algunos; demasiado pronto espetarían otros. ¿Una desafortunada caída? ¿Un brote
psicótico en nuestro vecino de arriba? ¿Un arrebato amoroso en nuestra vecina
de abajo? ¿Una erupción cutánea? ¿Una aparición mariana? La inopinada languidez
de mi cerebro me impide ahora poner más ejemplos que, de seguro, se me ocurrirán
cuando esto sea leído –mirad, ya he comenzado a hablar del futuro…
Sinceramente. No conozco bien el motivo de estas letras. Ni
si van dirigidas a alguien o únicamente me las dirijo a mí mismo. Yo andaba
contemplando la televisión cuando, de repente, he saltado a mi rincón de
escribir-aquellas-cosas-que-no-debo-de-dejar-para-otro-momento. Y aquí. Bajo la
luz sutil de mi lamparita de época –pura imitación- he comenzado esta cándida diatriba.
¿Será sólo un salto cuantitativo de mi conocida vesania o, por el contrario, es
una forma de terminar el día de aquella manera en que no pensaba hacerlo? Haremos
una cosa –permítaseme el plural mayestático para tan personal perorata-
esperemos a que concluyan indefectiblemente los cuarenta y siete minutos de lo
que hablamos al inicio. Será un nuevo día –no es lo mismo que un nuevo
amanecer. Un nuevo día que vendrá con sus minutos a cuestas. Uno tras otro -como una hilera de hormigas. Pero
un nuevo día que traerá todas las posibilidades imaginables de aquello que nos puede suceder… Buenas noches y feliz destino.
PREÑADA
Tienes preñada hasta el alma. Hasta la mirada. Hasta los
andares. Tienes preñada la esperanza y la incertidumbre. Caminas bajo el cielo
preñado y te aturde la luna que, entiendes, también preñada…
Te miro y te descubro mujer sobre una piel de niña, y observo
tu párvula mirada sobre los patucos azules, sobre la camisetita blanca que, de
seguro, le vendrá graciosamente grande. Sobre el tiovivo en que montas tu sonrisa.
Porque sonríes como sólo sonríe una mujer preñada y lloras, sin saber por qué
lloras, como sólo lo hace una mujer preñada…
Te descubres de perfil en ese espejo que comienza a
quedársete pequeño. Y desnuda acaricias tu vientre, y haces y deshaces cábalas
infinitas. Y crees que todo crece demasiado despacio. Y no te das cuenta de que
el tiempo pasa demasiado deprisa…
Contarás los días hasta el final, princesita de cuento errante.
Hasta que tenga música el sonajero y sea
todo saliva el chupete que prendes en la cuna. Hasta que troten los caballitos
de madera. Hasta que sientas su piel sobre tu pecho, sus latidos sobre los
tuyos y su mirada rebosante en la tuya que interroga... Será sólo entonces, será ése
el instante, el puñetero momento en que comprenderás que ahora has de comenzar a contar de nuevo…
EL INVENTARIO DE LA NADA
Me resulta curioso -si es que me pongo a curiosear. Las
pocas cosas que he almacenado en estos años en que tomé la
soledad a cielo abierto como soldado de trinchera. Y es que, apartando los
libros, a los que me debo por destino y por querencia, no hay apenas
cachivaches sobre ninguna superficie de esta morada que tomo y tengo como
propia. ¿Plantas? Dos. Tres si cuento que, en un florero tubular, se alzan –en
convenido infortunio- dos aquejados tallos de bambú. ¿La otra? Un poto sin
grandes pretensiones trepadoras, corto de hojas y verde de color…
Sobre mi mesita de noche –una por eso de ser impar el
durmiente- una lamparita achaparrada y luminosamente escasa –tanto así que agrava
el cansancio de mi vista ya cansada por mor de las letras y los años. Sobre mi
cama un colchón, sobre éste una sábana y –si la estación lo precisa- sobre la
misma un edredón de éstos que describo como extrañas gallináceas –por eso de
tener las plumas sólo en el interior… No hay sobre la cómoda fotografías de
viajes exóticos –probablemente porque ya no hice ninguno- ni se reparten
angelitos –en posturas de dudoso gusto- sobre las paredes de tan íntima
guarida. Tengo, eso sí, junto a mi tálamo, la estampa de una Virgen a la que
venero y que me acuna…
En la cocina se reparten espacio los elementos justos para
quien anda peleado con el arte de las construcciones gastronómicas – ¡hasta
falta un libro de recetas, la biblia primigenia en cualquier cocina que se
precie!
Y al fin, tras lo poco descrito, el salón –cuanta solemnidad
cruje con esta palabra. Un salón desnudo de decorados teatrales, mas poseedor
de un rincón orgulloso y colmado donde me dedico –por escrito- a ser feliz o a
lamentarme –según ande la querencia de las musas y el ánimo del espíritu…
Por si acaso quedó la duda ¿Cortinas? Una para cada
habitación. Sin abolengos ni consistencias innecesarias. Casi brunas de color.
Justas para ser celosas con mi intimidad y la de alguna visita que aparece de
cuando en cuando y de cuanto en cuanto… Y a la que guardo una silla, un plato y
un lugar en el lecho si la tarde y los besos han crecido lo suficiente…
Éste es el inventario de mi nada. Cuatro cosas para escasas
necesidades… Pero eso sí, en este tiempo ya longo he coleccionado –con manía de
peculiar Diógenes- unas figurillas por cientos y por miles. Imprescindibles
para guarnecer la vida que me sostiene. El ejército tintado que defiende los
renglones derechitos de esas prosaicas palabras que, casi por igual, me guardo
y os entrego…
QUE NO CALLE EL CANTOR
Que no calle el cantor, ni los poetas, ni lo
prosistas de pensión escasa. Que no callen los ríos ni los susurros ambiciosos
de los árboles, que no se oculten más estrellas y que la luna se embuche
potente cada noche, que nos siga cegando el sol con su carga infinita, que los
amaneceres se tiñan de quimeras y los anocheceres de sueños de infantes. Que
sigamos teniendo la dicha de contemplar el mar bravío y los arroyuelos
traviesos. Que queden en nuestras ciudades palomas y gorriones –jugando por
igual al arte de volar. Que todos los
semáforos del mundo se pongan en ámbar para permitir el paso de la dicha. Que
no se me vayan más quimeras de entre mis manos –que ya tengo bastante con lo
perdido. Que dios –al que nunca me atrevo a escribir con mayúsculas- aparezca
entre el hambre de un niño y que, tras cada horizonte que miramos quede siempre
la esperanza de un beso. Aunque sea el último beso.
VA A SER QUE TE QUIERO
Te quiero con mi alma. Con mis manos. Con mis uñas. Con mi
aliento. Te quiero cuando despierto y cuando duermo. Te quiero con mis pies y
mi cabeza. Con mis rodillas y mi pecho. Con mis oídos y mis labios. Te quiero en
cada primavera. Tras el pardo calendario del otoño. Te quiero en el frío cruel del
invierno y en el calor recio del verano. Te quiero vestida y desnuda. Hecha
mujer y hecha niña. Te quiero frente a un espejo y tras una cortina vieja. Te
quiero con tus palabras y tus silencios. Te quiero con tus días grises y tus
días dichosos. Te quiero con mis poemas y mis prosas. Te quiero en el mar y en
la tierra seca. Te quiero en las olas saladas y en los terruños agrietados. Te
quiero subido a la luna y escondido entre una nécora. Te quiero en los
hospitales y en los teatros. Te quiero en los colegios y en las universidades. En
los mercados y en las oficinas. Te quiero tras cada palabra que escribo, tras
cada queja que lamento. Te quiero cuando me desgarras y cuando me acaricias. Te
quiero cuando me quieres y cuando me olvidas. Te quiero en silencio y a voces. Te
quiero enfermo y saludable. Te quiero cabalgando en la locura y sentado en la
razón. Te quiero nervioso y sereno. Te quiero sobrio y borracho. Te quiero
cuando juego y cuando pienso. Cuando me rasco la cabeza y cuando toso. Te
quiero como no te pueden querer más. Agotado y
viejo de decirlo. Agotado y viejo de escribirlo. Agotado y viejo de
cantarlo. Ay! Cómo te quiero.
IN MEMORIAM FEDERICO
Sobre tu caballo verde. Sobre las cadenas de todos los
gitanos que apresaste con tus versos. Sobre la enagua de la mozuela que resulto
no ser mocita. Sobre la última gota de sangre que multiplicaste en el Hudson –ése
que se emborrachaba con aceite. Sobre la
coronilla párvula del niño que miraba la luna lunera. Sobre las reyertas con
navajas de cachas de plata con las que pretendiste a los hombres. Sobre el
agrio limonero que no tenía sombra ni gracia. Sobre la tumba de los Camborios.
Y sobre la maldición de la bala certera que, entre el ramillete de cristales y
sangre, acabó con tu vida de gitano, de granaíno y de poeta. Yo coloco, Federico, el pesebre de tu nacimiento, y le rezo a media lengua con plegarias verdes y, con verdes
sueños te recuerdo como eres, porque recordarte como fuiste sólo lo hacen aquéllos
quienes ni te quisieron ni te quieren...
(un cinco de junio como éste nacía el genial poeta andaluz)
(un cinco de junio como éste nacía el genial poeta andaluz)
VIENES ACÁ
Vienes acá como si yo fuese una parada de agua. La
marquesina de un cine de estreno. La última estación con salida para el último
tren a quién sabe qué destino.
Vienes acá como si yo fuese el galán en una cita inmanente -preparado mi traje de domingo
para llevarte a la verbena del barrio. Piensas que acá todo es liviano.
Inagotable como la saliva de los amantes. Alcanzable como lo es la luna para un niño. Tibio como la leche de un pecho blando…
Vienes acá jamás para quedarte. Sin más muda que la piel que
te abriga. Vestida con tu sonrisa y con la laca de tus uñas. Altos tus tacones
y estrecha tu cintura. ¡Ay tu cintura!
Y te haces con el aire que encierran mis armarios… Y te
haces con el frío de la nevera… Y te haces con la savia de mi planta…Y te haces
con la sábana que me roza…
¡Ay princesa¡ ¿Cuándo será el día en que ose decirte que
éste dejó de ser tu reino?
SÁBADO DE CAMBALACHE
La mañana lame los raíles -aún fríos- del día, teniendo por cierta la
estación del sábado…
Abajo –casi hundido en la calle- un hombre que algún día debió
de ser joven vende ajos como el que vendiera diamantes o rubíes. Son ajos
comunes, policéfalos y simples, pero él los vocifera con suficiencia, como si su
común mercancía fuese imprescindible para el viandante. A euro la bolsa, niña, que son de Montalbán –dice. Y queda orgulloso de tan comedido
precio y tan preciado origen…
Junto a él, una mujer a la que falta vida en la cara y
sobran kilos en una cintura pantagruélica, vende caracoles casi por toneladas. Son
caracoles pequeños –que pareciera que no les dio tiempo a crecer. Caracoles que
se retuercen sobre su propia espiral hasta la profundidad de su escasa carne
gelatinosa.
Cercano –pues aquí no caben distancias en exceso- y sobre un
cajón que, bocabajo puede dar mucho de si, un chavalín agitanado y recio
pregona romero y tomillo. Las esencias tenaces de la Sierra. Como buen pícaro lleva
un roto en el calzón y –como chamán urbano- sacude el aroma de las plantas sobre
el paso despistado de todo fulano que se le acerca.
Al fin -pues era preciso-, un puesto de flores -que cualquiera diría, por su
supervivencia, fue hecho con maderas de barco- se desvencija en la esquina más privilegiada
del espacio. Son flores tristes -¿hay cosa más triste que una flor triste?- envueltas
en tinta de periódicos atrasados. Flores de colores rutinarios que llaman en
ramilletes al amante de bolsillos desfondados.
Son todas ellas las mercancías que sobreviven fuera del
mercado municipal. Las que se establecen sin cánones pecuniarios ni reglas
administrativas. Las que escapan al guardia, porque el guardia sabe que sólo se
venden para llenar escasamente algún puchero de más allá de la plaza que llaman
de La Corredera.
Son las mercancías que diviso cada sábado desde mi balcón. Desde
este balcón al que tanto falta y que tanto tiene. Este lugar donde también, en
ocasiones, cuando la vida aprieta, se pregona la venta del alma de
quien las observa y las recita…
EL DESAMOR DE UNA OLA
No llores. No anheles el agua cuando aún tienes en las manos el olor de su salitre. Todo es tan sencillo como volver a esperar. Porque yo ya aprendí que toda ola vuelve. Porque toda ola conoce la sinfonía de su rito. La ceremonia de hacerse y rondar sobre sí misma. De deshacerse de nuevo sobre el tamiz de la misma arena -el lugar donde lo infinito es innecesario. Deja de llorar pues y prepara de nuevas el camino. Siéntate frente al mar que ahora te confunde. Fijando siempre tu mirada en ese horizonte que aún palpita. En ese reguero de luz que, desde lejos –desde tan incalculablemente lejos- acabará desfalleciendo sin remedio en tus pies descalzos. Y sólo cuando la luna alcance el vientre de tus sueños. Sólo cuando tú –oscura de ti misma- te reconozcas sin luz ni guía. Sólo entonces comprenderás –con el sabor a sal otra vez en tus labios- que también fue inevitable que, aquella última ola que lloraste, sólo dejase su rastro en la espuma salada de aquello que marchó y que tú creíste para siempre…
TENGO
Tengo esta noche niña sangre de luna clara, para descorrer
tus visillos y poder entintar tu cama. Así que he dejado el alma en el tejado
de tu casa… Y una rosa hecha de versos en el alfeizar de tu ventana… Y mañana a
la mañana cuando la mañana ya sea clara, te voy a traer tres soles sobre una
bandeja blanca.
CUANDO SÓLO QUEDA LA NOCHE
Ahora, cuando sólo queda la noche y la melodía asombrosa de
las sombras se pasea por este techo que me abriga… Cuando apenas juzgo lo que escribo
por ser esto cosa de magos y no ser la magia disciplina que descifre … Cuando de
la acera se evapora la calor que la tuvo inquieta –como arroyo- toda la tarde.
Es momento de arrancar un silencio del árbol del que cuelgan todos los nombres
y todas las formas y escribir el tuyo con las letras diminutas que me presta la
inconmensurable condena de mi fortuna.
Feliz noche. Feliz Destino.
INVENTANDO SILUETAS
Hoy te quería inventar. Discreta y mágica. Como engendrada
en un atardecer de otoño. Con unas manos como pequeños solecitos y una mirada
del color de una mar con una luna flotando… Te quería inventar para que
estuvieses. Acá. Donde los silencios se rompen en este acantilado abrupto y solitario.
Y por eso te hice un verso. Para ver si te inventaba sin maldad y sin espada. Sin
ser ni alta, ni ancha ni estrecha, sin ser ni tan siquiera, baja… Hoy te quería inventar
y no sabía si poner un lunar en tu cara... Si dejarte crecer el pelo como una yedra
que hablara… Si hacer tu voz más grave o dejar tu boca blanca… Hoy te quería
inventar… Pero no tengo palabras…
MAYO
Se sigue desgajando Mayo entre gitanillas y sampedros, entre
buganvillas y clavelinas, entre naranjos y limoneros -como
una flor que huele a todo como si todo llevase dentro. Tiene este Mayo que me
ocupa noches escasas de luna con un trajecito de lunares. Amaneceres amplios,
como hechos para dibujar sobre ellos. Atardeceres de soles aplastados sobre el
albero de una plaza. Ribera amante. Río manso. Agua clara. Ojos negros.
Mayo es siempre imperioso en ésta, mi tierra. Un Mayo que se
revienta de colores sobre la cal de un patio viejo. Que acude al lunar de tu
cara con la intención de un beso duende. Que se pasea por el brocal del pozo
donde arrojé tu último te quiero. Mayo de palmas y rasgueos. De talles que se
curvan sobre las tablas que hacen los gitanos añejos. De Corredera y San
Lorenzo. De San Basilio y Las Tendillas. Calles que, como arroyos, susurran el misterio
de un agua hecha de plata y azahares. Porque es Mayo plata acuñada en la fragua
de tus ojos. Gitano y recio. Cintura entre mis manos y, a lo lejos, las palomas
de Alberti buscando el rincón prohibido de tu templo.
AL-ZAHRA
Abd al-Rahman III
Primer Califa omeya de Córdoba
Madinat al-Zahra
Ciudad palatina de extraordinaria
belleza mandada a construir por
el anterior,
según la leyenda, en honor a su favorita Al-Zahra.
Mi amada Al-Zahra, mi favorita, mi serenidad:
Desprendido ya del lastre de mi cuerpo, habito ahora en otra
patria, donde no necesito fatuos ropajes ni afeites excesivos. Yo, Abd
al-Rahman III primer Califa de Al-Andalus. Aquél que se proclamó sucesor de
Mahoma –el sello del profeta-. Yo, Al-Nasir, ante el que fijaron rodilla
reyes hispánicos destronados, embajadores de Germania, portadores de auxilios de todos los confines de la tierra.
Ahora camino solo –sin cuerpo de guardia que me custodie ni visir que me
asesore. Ahora camino solo y solo peregrino -sin dicha lenitiva- por ésta que
fue tu Madinat, la ciudad que hice levantar para ti, mi bella y noble Al-Zahra.
¿Dónde andan tus ojos verdes -aquellos que hacían temer en su resplandor al
limonero? ¿Dónde habitan tus manos hacedoras
de caricias, tus labios que trocaban amargo el sabor de la fresa? ¿Por qué
caprichoso designio el Profeta me apartó de ti? Lo desafié, sí. Pero por tu
dicha y por la mía. Porque quise ser grande para que tú fueras grande. Fue una
Ciudad, la Ciudad
de Azahara –que así le decían los cristianos- pudo ser un universo...
Vago receloso y vacuo por cada espacio de su muralla de
tinieblas. Por cada rincón de sus piedras que son ahora, como yo, túmulos de
ruinas abandonadas. Ya no queda nada del Salón Rico, ni de la Mezquita que te hice para
que rezaras –o quizá para que te rezaran
a ti los dioses. Apenas queda nada de los terciopelos colosales, ni de los
mosaicos hechos de millares y millares de fragmentos. Al-Zahra –mí alma, mi aliento-
tú eras la esencia que le daba sentido al espacio gigantesco. Aún te recuerdo –en
mis noches de infinita vigilia- recostada en el tálamo -hecha hembra- despojada
de las ropas que cosían en oro tus esclavas. Te recuerdo tomando tu vientre con
mi mano mientras miraba –con pudor de infante- la candidez de tus ojos libres.
Sí, yo, Abd al-Rahman, el poderoso, sufría la vergüenza de mirarte. En nuestros
aposentos eras tú la reina. Te construí una ciudad y te hubiese traído el mar
hasta su puerta si me lo hubieses pedido. ¿Puede estar un hombre más enamorado?
Ahora, cuando me apoyo incorpóreo en este naranjo viejo –superviviente como yo de aquellos jardines
califales-, recuerdo tu espalda desnuda bañada por el agua de las albercas. Te
hice traer peces de todos los colores. De todos los mares del mundo ¿Lo
recuerdas? Pero, en el agua, no había más rival para el bravío sol dorado que
el color miel de tus pechos -más fulgurante que el flamear de los estaños de
todas mis fuentes. Cuando ahora me acerco a la Aljama , esperando que mi
último rezo sea escuchado y que, alguien me traiga tu perfume, sólo sé llorar.
Los espíritus tienen prohibido rezar –me ha dicho alguien. Por eso sólo lloro y
las lágrimas tamizan tu ciudad empapada de polvo y arena. Lloro como un niño Al-Zahra.
Como un niño llora por no alcanzar a su luna inabarcable, a la estrella que
titila a la nube que se envuelve…
¿Recuerdas aquella visita del embajador de los fatimíes?
Altivo -como eran todos ellos. Acertado en sus palabras y sus atuendos. Sólo
cuando tú apareciste en el Salón Rico y, bañaste todo él con tu mirada, bajó la
cabeza –como un animal herido por tu hermosura.
Mi favorita, mi ser, ahora sé que eres la única forma que he
amado, debería de haberte hecho pintar por todos los artistas de Palacio aún a
costa de las leyes prohibidas. Sería hoy tu imagen compañera de este peregrino
fantasmal. Pero ya sólo habitas en el dolor de mi memoria.
Seguiré caminando Al-Zahra por esta Madinat. Condenado
eternamente a ser sólo acompañante del recuerdo de tus sabores, visionario perpetuo
de tu reflejo imborrable. Seguiré la dicha del naranjo cuajado de azahar en
primavera y helado de silencios en el invierno. Gastaré la sombra que hoy erosiono
en cada rincón de estas ruinas y, si el Profeta me perdona, quién sabe, si un
día –florecida entera la Ciudad
de albahaca y romero- aparezca tu espíritu indomable -siempre amado- por las
faldas de esta Sierra que llaman Morena.
(Carta de amor ganadora V Certamen Pablo Neruda)
SOY EN TI
Soy estrechito para amarte. Estrechito y cauto, como un
arroyuelo de montaña. Soy complicado para amarte. Complicado y anchuroso como
la mar áspera. Soy mentiroso para amarte. Mentiroso y manso, como un poema escrito
en la noche. Soy palabras y palabras. Soy silencios y silencios. Montañas de
nada convertidas en siluetas de todo. Soy la corteza en el árbol llagado de
corazones. La sombra que deja el invierno tras la tormenta que se olvida. El
silencio…
Soy pequeño para amarte. Pequeño y convexo. Como el declive
de este poema clandestino que me gustaría enredar bajo la sombra de tu falda.
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